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Creciendo en salud

La educación es uno de los principales determinantes de la salud de la población. Puede parecer poco acertado hablar de salud y, en principio, dirigir la mirada a un ámbito no sanitario.

Por todos es reconocido que las poblaciones alcanzan un mayor nivel de salud cuanto más alto es su nivel de formación. Por eso, se hablamos de la educación como el primero de los determinantes de la salud. Considerar así la educación en su influencia sobre la salud de las poblaciones, sitúa y coloca a nuestra escuela en el principal aliado de una sociedad para mejorar la salud, y la principal herramienta que conduce al bienestar de la ciudadanía. De ahí que sea muy importante que los niños y las niñas tengan un largo recorrido educativo y que factores como el absentismo, el fracaso escolar o el abandono sean abordados con firmeza ya que ello repercutirá de forma directa en la salud y en su bienestar, tanto a medio como a largo plazo, y no solo a nivel individual sino también en su repercusión en la salud comunitaria.

Las políticas de acción sobre los determinantes sociales describen que la salud de una población mejora si otros indicadores como el empleo, la vivienda, la educación, el entorno físico, etc. muestran mejores resultados. La población con mayor nivel de instrucción conoce más y mejor las formas de ganar en salud, evitar los riesgos y promover más beneficios para la salud comunitaria.

Es importante resaltar la labor que realizan los educadores y la responsabilidad que tienen las políticas educativas de preservar y proteger este derecho recogido en todos los documentos internacionales vinculados a los derechos humanos y a los derechos de la infancia. Por ello, ya trabajamos, desde el currículo, por la salud de la infancia y la adolescencia. En otro orden de cosas, es necesario recordar que la promoción de la salud en el entorno escolar ha de estar orientada a la equidad. Cuando se analiza la distribución social de cualquier enfermedad o la discapacidad por variables, como el nivel de instrucción, los ingresos, el sexo, la edad, o el hábitat donde se vive se observan diferencias significativas entre grupos. Y es que la salud, depende en gran medida, de la forma de vida individual, de la familia donde se nace, del barrio donde se vive, de las oportunidades de recibir una buena educación, de las características del trabajo que se realiza, del uso de tiempo de ocio, del entorno físico, etc.

Los modelos de “Determinantes Sociales de la Salud” permiten responder a la pregunta ¿por qué unas personas enferman y otras no? y sugieren que la enfermedad y la discapacidad no se producen por igual en todos los grupos sociales de forma aleatoria, sino que están relacionadas con la estructura social y los sistemas políticos y económicos en los que vivimos. La educación es el principal elemento amortiguador y compensador de estas desigualdades. Por ello, desde las políticas de salud pública que promueven estilos de vida saludable como primera medida, se debe compartir con el sector educativo un espacio de colaboración y de consenso, para de esta forma, conseguir un doble objetivo: que la población esté mejor formada y preparada para la vida y que pueda tener más capacidad para disfrutar y gozar de ella. Por otra parte, también existe la evidencia de que la promoción de la salud en los centros educativos mejora los resultados académicos y refuerza su potencial inclusivo y socializador. Por ello, se reconoce el valor de la escuela como entorno privilegiado para la promoción de la salud y el desarrollo socio-personal de los niños y de las niñas.

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